Estimados miembros del Consejo de Dirección y de los Consejos de III Ciclo y de Bachillerato, estimados papás y mamás, estimados profesores jefes y de asignatura, queridos alumnos:
En los últimos días se ha puesto sobre el tapete la profunda crisis que vive la educación en todas partes y especialmente en nuestro país. El diario El Mercurio del domingo pasado dedicó su portada, una editorial y un reportaje para abordar el tema. Como es obvio, no es algo que nos resulte indiferente o que no nos afecte. Por supuesto que nos afecta porque nadie puede educarse, profundamente, en un contexto aislado. Esta mañana quería reflexionar sobre un aspecto de esta crisis que a mi juicio es fundamental tener en cuenta si se quiere crecer y madurar con solidez.
La adolescencia es un período de la vida en el que, entre otras cosas, uno empieza a tomar conciencia de sí mismo, de las propias capacidades y posibilidades, de la propia autonomía. La dependencia de los padres y de los profesores se cuestiona más, se desea más libertad y muchas veces se desafían las normas o restricciones que proponemos o imponemos los adultos. Junto a estas ganas de “crecer”, es normal tomar cada vez más conciencia de los propios límites y de la vulnerabilidad inherente a la condición humana. Y esto a veces es duro. La sensación de fragilidad puede aparecer desde diversos frentes. Uno porque se da cuenta de que quizá no es todo lo capaz que le gustaría ser desde el punto de vista intelectual; el otro porque deportivamente es más tieso que los compañeros; el de más allá porque no tiene el éxito social que él o el grupo ha definido como el estándar aceptable; este de aquí porque es tímido e inseguro y no se atreve a iniciar una conversación con una persona que conoce poco; el de por allá porque tiene un hermano mayor que se llevó todos los talentos en la repartición familiar; este de acá porque se mira al espejo y no le agrada lo que ve; el que está ahí, en el medio, porque ha llegado a la conclusión de que sus papás no se preocupan mucho de él y lo han dejado solo; o bien, el de aquél que piensa que no tiene ninguna fragilidad, lo cual es altamente problemático -narcisismo galopante- porque está ciego frente a la realidad.
La propia fragilidad no se resuelve ignorándola o no teniéndola en cuenta. Esto es evasión. La vulnerabilidad se resuelve en primer lugar reconociéndola y aceptándola. Hace algunos años leí un breve pero interesante ensayo titulado: “La aceptación de sí mismo” (R. Guardini). El autor plantea que esto no es tan simple: nadie se puede aceptar a sí mismo, tal como es, si previamente no es aceptado por los demás. Y esto que es cierto para todas las edades de la vida, sabemos bien que es algo que en la adolescencia se reclama especialmente: querer pertenecer al grupo, ser querido, ser incorporado. A veces se hacen, por falta de experiencia, muchas tonterías para lograr este objetivo. A todos nos ha pasado. Imaginemos por un momento un mundo en el que todos nos preocupamos sólo de nosotros mismos y no tenemos ojos para los demás. Sería el mundo de un individualismo egoísta en el que la fragilidad emocional y moral sería el rasgo predominante. Un frío glacial recorrería y paralizaría el corazón y nos dejaría encerrados en nuestra miseria. La búsqueda de relaciones humanas profundas y generosas aparece entonces como una necesidad.
La propuesta cristiana en este campo es muy simple (y difícil). Ama al prójimo. ¿Qué significa esto? Lo respondo con las palabras de Josef Pieper, un pensador alemán, quien dice que amar en su forma más básica y primaria es decir al otro: «Es bueno que existas, es bueno que estés en el mundo» (cf. Las virtudes fundamentales). Con todas las personas con las que nos encontramos deberíamos ser capaces de decirles con palabras y hechos: es bueno que existas. Te aprecio no por lo que haces sino solamente por existir, por ser un compañero de curso, por compartir una sala de clases, por estar en el mismo colegio, por vivir en el mismo país, etc. Si todos nos empeñamos en esto, no necesitaríamos hacer nada raro para aceptarnos, porque la mirada cariñosa de los demás nos daría la seguridad que nos permite enfrentar nuestra fragilidad.
Decía que esta necesidad de que nos afirmen los demás se puede buscar en forma desmedida. El deseo de pertenecer a un grupo puede hacer tomar malas decisiones y puede meter a una persona en un verdadero baile de máscaras y disfraces que terminan escondiendo su verdadero rostro, porque queda sepultado bajo una densa capa de superficialidad. Y así, en vez de superar nuestra fragilidad, la profundizamos y terminamos alienados, es decir, perdiendo nuestra personalidad e identidad. En el Tabancura los alentamos a buscarla con sentido común y tratando siempre de ser auténticos. Tratamos también que los premios más importantes que entregamos tengan una relación con esto (con la dificultad intrínseca que conlleva dar un premio, que siempre tiene algo de mezquino): el espíritu de servicio y buena convivencia está en el centro de la distinción que lleva el mismo nombre y en el del premio Colegio Tabancura.
El año 2022 pudimos retomar el ritmo normal de actividades extraprogramáticas, tanto sociales, culturales como deportivas. Uno de los objetivos de estas actividades es precisamente ofrecer a los alumnos del colegio un espacio en el que se desarrollen junto a otros, que les ayuden a tener sentido de pertenencia y en las que haya un ambiente sano y estimulante en el que se aprecie la presencia de todos y de cada uno. En esta ocasión quiero destacar tres de ellas -hay muchas más- porque precisamente aportaron en la línea de trabajar juntos, como equipo, al servicio de todos y valorando los aportes de cada uno. Me refiero a las dos jornadas de Tabancura en Acción, que movilizaron a más de 400 alumnos en pos de un objetivo común, servir a los más necesitados; a la selección de rugby que ganó el torneo el primer semestre, y que mostró una férrea disciplina y espíritu de equipo, espíritu que traspasa los límites de los actuales alumnos del colegio y se proyecta en los ex alumnos en el club Tabancura Rugby; y a la notable presentación del coro, ensamble y orquesta en el Teatro Corpartes, agrupaciones que han alcanzado un nivel musical muy alto para el ámbito escolar, fruto del trabajo arduo -propio de la música- que desarrollaron todo el año.
No podría cerrar estas palabras finales del año sin volver al principio y decir que esa fragilidad de la que hablábamos se resuelve cuando no olvidamos que el mejor lugar para crecer es la familia, junto a los papás y a los hermanos. A veces en la adolescencia y juventud se olvida. Y por supuesto que la primera y fundamental manera de asentar bien la personalidad es la conciencia de que somos hijos amados de Dios. Vienen a cuento lo que escribió el Papa en Laudato Si: “Hace falta volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad nos ha servido de poco.”
Muchas gracias.